Cuentos e historias para la ternura: Ximena
Las sorpresas siempre están presentes en esta vida. Ayer visité a Eugenia en su oficina, ella es escritora, recolectora de historias y doctora en Derecho por nuestra Universidad Nacional Autónoma de México. Y platicamos, y del cofre de su memoria comenzaron a brotar historias, palabras, sonrisas y amigas y amigos en común.
Cuauhtémoc Rivera Godínez/ A los Cuatro Vientos
A luego ella me dijo “Espera”, y hurgó en el baúl de las joyas cibernéticas y de ahí sacó esta historia que me ha regalado y autorizado para compartirla con ustedes. Ojala que les haga sonreír y emocionar como a mí.
Ximena
Eugenia Paola Carmona Díaz de León
Ximena caminaba hacia el portal de la iglesia de la mano de Fernando. La mañana en Coyoacán lucía un gris melancólico y las campanas anunciaban que el rito comenzaría en pocos minutos. Mientras sus zapatos luchaban contra los adoquines, caía en la cuenta del miedo que le producían los ciclos de vida. Aún no se reponía de las cursilerías de las fiestas de quince, y su amiga María ¡tenía la ocurrencia de invitarla a su boda! Preveía que no tardarían en llegar los bautizos y las fiestas infantiles. “¡Oh Dios, con la molestia que me causan!” Se decía a sí misma y en su mente revoloteaban las imágenes de una niña de trenzas que por igual se escondía de sacerdotes y payasos.
Por un momento, volteó a mirar a Fernando, que tan orgulloso la encaminaba.
Él la besó en la mejilla y le dijo -¡No sabes lo feliz que soy al pensar que pronto estaremos igual!- Ximena sonrió y respondió: -Yo también. Pero para sus adentros pensó: “¡No quiero! En unos años me veré encerrada, gorda, con tres hijos, dedicándome a cocinar y a lavar”. Recordó la mirada fortuita de desagrado de su futura suegra cuando afirmó que al casarse, ella no dejaría de trabajar. Y miró su mano. A veces el anillo le pesaba tanto…
“Los ciclos de vida, los ciclos de vida…” repetía su cerebro en interminable cantaleta. El altar era barroco del siglo XVII. “Y los ciclos de música. En las bodas ¿no pueden dejar de tocar la marcha nupcial de Mendelssohn?” Miró desfilar a su amiga de la infancia, irreconocible en ese vestido blanco –María se ve muy demacrada ¿no crees? El vestido no valía lo que le costó… -le susurró al oído su madre.
Las mismas lecturas. De pronto estaba en conversación con el Padre Miguel –Créame Padre que en el Nuevo Testamento cuando se habla del amor, no solamente está el capítulo 12 de la Carta de San Pablo a los Corintios-. Aunque esta lectura sí, era tan hermosa que podrían repetirla interminablemente: “El amor no es egoísta…”
El sermón tampoco varió. La salutación le dio un buen pretexto para observar a sus compañeras de la escuela y cómo se habían vestido. Pensó que aquel verso de Neruda “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”, se aplicaba a la perfección; agradeció a la vida que no la hubiera tratado mal y sonrió al pensar que “las niñas del Francés” como las llamaba su papá sacarían en esos momentos las mismas conjeturas.
La comunión y las buenas conciencias -¿vas a comulgar, Ximena? –Sí, Fernando, me adelanto un poco. “El amor no es egoísta…” Oyó la voz de Enrique –Lo mejor que puedes hacer es buscar a un tonto y casarte -¿Por qué a un tonto? –porque tú eres inteligente –¡pero yo me quiero casar contigo! –No funcionaría, ambos somos demasiado inteligentes…” “No, Enrique, tú eres un estúpido y aunque puedes darte por satisfecho, te falló un detalle; Fernando no es tonto, pero ¿egoísta? Bueno, me consuela saber que nadie es más egoísta que tú. ¿Y Alberto es egoísta? Por él no debería comulgar. Solamente a mí se me ocurre ahora enamorarme de un hombre casado. La vida es caprichosa… Con él no podría presentarme en la boda ni en ningún lado; y además, mi mamá se moriría si lo supiera”. –Amén.
El “VaPensiero” de Verdi era tan contrastante con su estado de ánimo y tan fuera de lugar… Salió el cortejo. Junto a sus padres y Fernando, Ximena se dirigió a donde estaban los novios. María al verla la abrazó y le dijo: “¡Deseo que tu boda sea tan hermosa como la mía!” En ese momento sonó en su fuero interno una campanita de alarma. Con todo, Ximena tomó fuerzas, sonrió lacónicamente y respondió –Yo también.