Cuentos e historias para la ternura: La Batalla de la Xiuhcoatl
Este mes de agosto trae a la memoria la caída de la ciudad de Tenochtitlan en las manos de los invasores españoles. Lo que algunos llaman “El choque de dos culturas” estuvo preñado de horrores, sangre, matanzas, abusos y ambiciones desmedidas por parte de los invasores españoles y su gobierno imperial. La contraparte, historias de heroísmo, de ejemplos de miles de niños, niñas, ancianos, ancianas, mujeres y hombres que defendieron esta ciudad hasta el último suspiro.
Cuauhtémoc Rivera Godínez/ A los Cuatro Vientos
Comparto a los cuatro vientos un extracto de esta historia de resistencia y de la batalla del 9 de agosto de 1521, la cual he denominado La Batalla de la Xiuhcoatl. Toda ella la narro en nuestro CD “Historias de Nuestros Abuelos”. Espero les guste.
La Batalla de la Xiuhcoatl.
En el mes de julio Cortés diseñó una nueva estrategia de ataque. La experiencia había demostrado que las casas y edificios de la ciudad nos ofrecían protección a los guerreros tenochcas. En adelante, los españoles y sus aliados no dejarían construcción en pie y no dejarían todos los canales abiertos para que por ahí circularan las canoas. Arrasarían nuestra ciudad.
La tarea de demolición fue sistemática y en ella participaron cien mil indígenas aliados que portaban picas y hachas de piedra. Los escombros servían para cegar fosas y canales.
La hambruna se había apoderado de la población. No bebíamos agua limpia, sino agua de salitre. Muchos hombres murieron, todo lo que comíamos eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de las mazorcas, la grama salitrosa. Andábamos masticando semillas de colorín, lirios acuáticos y rellenos de construcción y cuero y piel de venado. Poco a poco nos fueron repegando a la pared.
Los aztecas caminábamos por las calles sobre nuestros hermanos muertos o dormíamos junto a ellos. Un terrible hedor envolvía el islote.
Hacia el 27 de julio, el ejército azteca se encontraba sitiados en el centro cívico y en algunos barrios de Tlatelolco, que constituían la octava parte del islote.
Cuauhtémoc siempre rechazó todas las ofertas de rendición y negociación de capitulación. Los aztecas pasábamos los días aguzando estacas, recogiendo piedras, guardando un poco de agua de lluvia. Dormíamos en canoas o a cielo abierto. Nuestras mujeres participaban también en la lucha de defensa de la ciudad. Nuestros niños y ancianos seguían lanzando piedras desde las azoteas y cuando ya no tenían que lanzar se arrojaban ellos mismos sobre los invasores, en un intento por darles muerte con el impacto de su cuerpo.
El 9 de agosto se celebró una conferencia urgente de Cuauhtémoc con sus consejeros. Aunque todos sabíamos que el fin ya estaba próximo, decidimos hacer un último esfuerzo, echar mano de un recurso supremo; lanzar contra el enemigo La xiuhcoatl, La serpiente de fuego con que Huitzilopochtli, el Sol, ponía en fuga diariamente a la Luna y las estrellas.
La Xiuhcoatl era una lanza de grandes proporciones que los aztecas atesorábamos entre nuestras reliquias más preciadas. Según las tradiciones, esta arma tenía poderes mágicos para destruir a cualquier enemigo, pero sólo debía usarse en casos extremos. Escogimos para lanzarla a un valiente guerrero llamado Opochtzin. Para darle mayor solemnidad al acto, Opochtzin fue revestido con las ropas de Tecolote de Quetzal que habían pertenecido a Ahuítzotl, padre de Cuauhtémoc.
Cuauhtémoc dijo al guerrero:
“Esta insignia era la propia del gran capitán que fue mi padre Ahuítzotl. Llévatelas, póntela y con ella espanta, con ella aniquila a nuestros enemigos. Véanla nuestros enemigos y queden asombrados”.
Acompañado de cuatro guerreros que le servían de resguardo, Opochtzin hizo su aparición en el campo de batalla. Cuando lo vieron los enemigos fue como si se derrumbara un cerro. Mucho se espantaron todos; los llenó de pavor, como si sobre la insignia vieran otra cosa. Subió a la azotea, y cuando lo vieron algunos de nuestros enemigos luego se dispusieron a atacarlo. Pero otra vez los hizo retroceder, los persiguió.
Muchos indígenas del bando cristiano quedaron desconcertados, pensaron que los acosaba un fantasma, el más temible de los monarcas aztecas resucitado para salvar a su pueblo. Muchos abandonaron despavoridos el campo de batalla. Los españoles hicieron frente a Opochtzin y varios de ellos cayeron prisioneros. Todavía al día siguiente los indígenas del bando cristiano estaban tan asustados que nadie combatió.
*Cuauhtémoc Rivera Godínez. Licenciado en Sociología con estudios en maestría (Facultad de Ciencia Políticas y Sociales de la UNAM). Director del Centro de Estudios de la Sociedad Mexicana “José María Rivera Álvarez”. Consultor en Desarrollo Político y Social. Analista político, escritor, cronista, fotógrafo y promotor cultural. Narrador oral y recolector de historias, cuentos y cosmovisiones. Director de IMAGINA, Compañía de Historias, Cuentos, Música y Canto.