¿Cuál es la función de los intelectuales?
La transición política de México convoca a sus intelectuales. Es una obligación del pensamiento libre contribuir al desarrollo y perfeccionamiento de la democracia.
Isidro H. Cisneros/ A los 4 Vientos
Frente a la crisis moral que afecta a nuestra clase política, la cultura tiene tareas a las que no puede renunciar.
En primer lugar, tratar de definir los caminos para encontrar soluciones pacíficas a las controversias que plantea nuestra convivencia, que hagan posible el “uso público de la razón” y la tolerancia.
Een segundo lugar, ejercer el espíritu crítico como una actitud razonada, laica e ilustrada frente a una realidad compleja que reclama soluciones innovadoras e incluyentes, y finalmente, definir los senderos para mantener la vigencia de las libertades civiles y políticas de todos los ciudadanos.
El intelectual, como intérprete de los tiempos, debe siempre ejercer la crítica y el diálogo. Su misión es sembrar dudas y no la de recoger certezas”.
Se observa en nuestro país una pérdida de rumbo, un desconcierto generalizado y una ausencia de sentido. La carencia de ideas, la crisis del pensamiento y el declive de las interpretaciones caracterizan el momento actual.
Para intentar abrir camino, es necesario instrumentar una “política de la cultura” que permita distinguir y delimitar los diferentes tipos de poder: el económico, el ideológico y el político, es decir, los poderes que derivan de la riqueza, del saber y de la fuerza. Esta tipología, puede considerarse como un elemento constante en las teorías sociales contemporáneas, y por lo tanto, permite tener presente que, a diferencia del poder económico y del poder político, el poder ideológico tiene una importancia social porque permite la organización del consenso y del disenso.
Las relaciones entre política y cultura son difíciles, dado que a la actitud de desconfianza del político hacia el intelectual, corresponde un análogo comportamiento de incredulidad del intelectual hacia el político. Es el clásico tema del conflicto permanente entre el hombre político que tiene —o cree tener— los pies sobre la tierra, y el intelectual que muchos consideran representa a un idealista o un iluso que vive en las nubes, acusado de inventar proyectos bellísimos pero irrealizables. En el contexto de nuestras transformaciones, un discurso sobre la “política de los intelectuales”, quiere decir, que la cultura tiene tareas respecto a la “política de los políticos” representadas por la defensa de los valores democráticos”.
El “sembrador de dudas”, para decirlo en palabras del gran filósofo de la política Norberto Bobbio, tiene el deber de no obedecer otra ley que la de la verdad, por lo que el tema de la relación entre los intelectuales y el poder, es una cuestión recurrente y difícil, no sólo porque el intelectual y el político tienen vocaciones, ambiciones, capacidades y proyectos diferentes, sino porque no existen fórmulas sencillas, ni soluciones únicas, para dar respuesta definitiva a esta relación de una vez y para siempre. Ya sea que se trate de ideólogos o expertos, la función (que no el compromiso) del intelectual con el contexto político que lo rodea, es la de ejercer la crítica constructiva de esa realidad considerada siempre perfectible.