Crónicas de un ensenadense en chilangolandia: Travesía terrestre Ensenada, B.C.-México, D.F.

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Me despierto temprano, con el alma revuelta por saber que este es mi último día en mi bello puerto natal. Termino de arreglar los últimos detalles de mi maleta y me dirijo a la central de autobuses de Ensenada. Ahí tomo un camión que me lleva a Tijuana, donde me espera uno que ha de mover mi existencia hasta la Heroica Caborca, Sonora. Mis ojos van clavados en el mar, pues sé que estaré lejos de él por un bueno rato. Después de algo que pareció un suspiro, el camión se aleja del mar para empezar a entrar a la ciudad más grande del estado.

Uriel Luviano/ A los Cuatro Vientos

Salgo de Tijuana y en poco tiempo estoy en Tecate. El matorral costero poco a poco va cediendo para transformarse en la vegetación áspera y escasa del desierto bajacaliforniano.

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La Rumorosa, Baja California. (foto de internet)

Salimos de Tecate y recorremos unos kilómetros más para llegar a la rumorosa, imponente batolito que se interpone a todo aquel que quiera llegar a Mexicali. Ayudado por un mamut metálico supero al coloso basáltico que no quería que bajara a la Laguna Salada.

Después de unos kilómetros de árido desierto y unos cuantos ranchos y parcelas entro a Mexicali y me bajo del camión para saludar al señor sol, siempre tan inclemente con la capital. Salgo de la sombra, que ya tenía sus buenos cuarenta grados centígrados, y dejo que me calcine un ratito la fuerza del cenit cachanilla. Regreso al camión y salimos de la central.

Pasamos varios kilómetros de ejidos agrícolas y cruzamos el Río Colorado (o lo que nos han dejado de él los gringos) y entramos a Sonora. Llegamos rápidamente a San Luis Río Colorado y salimos para internarnos en el majestuoso desierto de Altar.

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La reserva de la biósfera mexicana El Pinacate y Gran Desierto de Altar, Patrimonio Mundial de la UNESCO (Getty Images).

La monotonía de la frontera a un lado y el mar de ocre y verde al otro empieza a ceder conforme nos vamos adentrando en la zona del Pinacate, volcán extinto que domina el perfil de esta parte del desierto. Los peñones de marrón intenso toman formas varias y mi imaginación vuela bajo el influjo de estos titanes de origen ígneo.

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Diez cráteres profundos y gigantescos, formados por una sucesión de erupciones y derrumbamientos, realza la espectacular belleza del Gran Desierto de Altar, en el estado de Sonora

Pasamos Sonoyta y nos detenemos en el conocido puesto de inspección fiscal unos cuantos kilómetros después. Salimos de ahí y nos encarreramos a Caborca, destino final para mí (por ahora), a pesar de que el camión sigue su recorrido hasta el Distrito Federal.

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Misión de Caborca, Sonora (Pueblo viejo)

Llego con los últimos rayos del sol a Caborca, donde mis tíos me esperan.

Ahí paseamos un rato por la heróica ciudad y el Pueblo Viejo y rematamos con unos dogos (nombre para los hotdogs en el noroeste) majestuosos y unas quesadillas sin paredón.

Al día siguiente nos despertamos antes de que claree para ajustar los últimos detalles del equipaje y pasar por unos burros de “El Viejón”, los indiscutibles reyes de estas delicias cilíndricas.

Listo el lonche y el carro, salimos rumbo a la hermosa ciudad de Guadalajara.

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Tortilla de harina sonorense

Atravesamos Altar y Santa Ana, pintorescos pueblitos de desierto. El sol sale y decido atacar al burrito de frijoles, que llevaba ya largo rato haciéndome ojitos.

Omitiré una descripción detallada pues corro el riesgo de que me tachen de exagerado y probablemente me quede corto de todos modos. Simplemente diré que es el mejor burrito de frijoles que he comido en mi vida. Desde la deliciosa tortilla sobaquera (tortilla de harina muy grande y delgada) recién hecha hasta los sabrosísimos frijoles. Cabe destacar que los de Machaca y Carne con chile estuvieron igual de deliciosos.

El camino no varía mucho hasta Hermosillo. Ahí logramos sacarle la vuelta a la mayor parte de la ciudad, pero a las afueras pasamos a un lado del monumento al nepotismo y la corrupción ignominiosa, los restos de la guardería ABC. Tristemente, ese fue el aspecto más importante de mi paso por la capital del estado.

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En el incendio de la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora -5 de junio de 2009- murieron 49 niños y 76 resultaron heridos. La guardería, subrogada por el IMSS aunque no cumplía las normas de seguridad, era un negocio de parientes del gobernador Eduardo Bours y del presidente Felipe Calderón. El caso continúa impune.

Después de dos horas más de carretera llegamos a Vicam, a unos kilómetros de Ciudad Obregón, donde el retén del pueblo Yaqui crea una larga cola de camiones de carga en ambos sentidos de la carretera.

Afortunadamente para nosotros, a los carros pequeños nos dejan pasar después de haber cooperado para la manutención del retén.

Unos minutos pasan y ya nos hallamos en la cabecera del municipio de Cajeme, cuna del Gral. Álvaro Obregón.

No alcanzamos a ver mucho, pues llevamos prisa, pero siento que las coyotas Lulú me atraen inexorablemente. Desafortunadamente, no nos es posible detenernos y mi idilio con el máximo exponente de la repostería sonorense queda pospuesto hasta la próxima.

Ahora sólo nos quedan unas tres horas antes de salir de Sonora y entrar a Sinaloa. Pasamos por Navojoa y nos dejamos ir por la carretera hasta Estación Don, donde termina el estado que guarda mis raíces maternas. Al adentrarnos en el territorio culichi y acercarnos a Los Mochis, el desierto cede poco a poco para transformarse en cerros bajos y rojizos, tapizados de matorrales verdes y abundantes.

Una parada fisiológica en una gasolinera me permite constatar que el calor seco del desierto ya quedó atrás, para ser remplazado por una vaporera gigante que me permito disfrutar brevemente, dado que no es algo que me toque todos días.

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Cerro del Crestón, Mazatlán, Sinaloa (foto internet)

Seguimos avanzando hacia el sur, rodeando esos hermosos colosos de tierra marrón, adornados con vegetación profusa y una que otra cañada imponente. Pronto pasamos Culiacán, y nos enfilamos a Mazatlán, importante puerto del pacífico. Conforme nos acercamos a esta ciudad, inspiración de innumerables corridos, el pacífico se asoma esporádicamente con su claridad azul entre los cerros, cada vez más bajos. Una punzada de nostalgia vanguardista me ataca cuando pienso que es el mismo océano que baña mi puerto natal, sólo que unos cuantos grados de latitud más abajo. Después de varias lomitas, la ciudad se deja ver en todo su explendor, con el Cerro del Crestón dominando el panorama. Tomamos el libramiento para ahorrar tiempo y nos dirigimos a Tepic, Nayarit, nuestra siguiente parada.

Ahora nuestra guía es una carretera que va bordeando varios esteros y lagunas costeras, poco a poco alejándose del mar para adentrarse en la Sierra Madre Occidental. Poco a poco vamos subiendo y los mosquitos carreteros intentan detener nuestro avance estrellándose contra el parabrisas a ritmo tal, que es necesario prender el limpiaparabrisas. Sin embargo, vamos demasiado decididos como para dejar que un ejército de dípteros chupasangre nos desvíen de nuestro objetivo.

Llegamos ya bien caído el ocaso a la capital de Nayarit.

Catedral de Tepic, Nayarit

Catedral de Tepic, Nayarit (foto internet)

Después de un breve descanso en una gasolinera, tomamos la autopista a Guadalajara. Trepamos a buen ritmo, pero ya no puedo describir mucho del paisaje salvo las luces aisladas de algunos poblado contra el negro del perfil de los cerros, pues el astro rey que tan cálidamente me saludaba en Mexicali, aquí ya no es visible. El descenso es mucho más lento, pues están reparando la carretera y hay largos trechos donde todo el tráfico se concentra en un solo carril.

No obstante, llegamos al fin a Guadalajara, importante centro industrial y comercial del país, además de ser una joya cultural y arquitectónica por méritos propios. Es la una de la mañana y mis tíos me llevan a la central de camiones y después de un tentempié me despiden afectuosamente y abordo el expreso a la Central del Norte. Rendido por el cansancio del viaje, ni siquiera he salido del área conurbada de la capital tapatía y ya voy plácidamente recostado en los brazos de morfeo.

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Plaza de Liberación, Guadalajara, México (foto internet)

La tranquila carretera, las curvas amplias y pausadas, el ascenso constante rumbo al altiplano, los cerros y las montañas, lagos especulares y praderas verdes… Despierto en la zona limítrofe del Estado de México con el Distrito Federal y en cuestión de minutos me encuentro bajando mis maletas y mis maltratadas petacas del camión, después de haber recorrido casi tres mil kilómetros y atravesado nueve estados.

Respiro el citadino aire de la capital, que me recibe con los brazos abiertos. Me subo al metro y me preparo para un nuevo semestre, cansado por el camino, pero muy satisfecho por la experiencia.

Como conclusión del viaje, además de la belleza de todos los paisajes vistos, me queda lo siguiente:

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No hay como una travesía terrestre para sentir el país, para conocerlo de cerca, para ver sus sierras y sus llanos, sus costas y sus ciudades. Al final, creo que carreterear a través del país es altamente recomendable para cualquiera que busque estar más cerca de la esencia de este.

URIEL LUVIANOUriel Adrián Luviano Valenzuela. Estudiante de Física en la UNAM; Director de Difusión e Imagen en Revista Pluma Joven y Presidente del Consejo Consultivo en Pluma Joven A.C. ( Fotos de Uriel Luviano)

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