Crónicas de un ensenadense en Chilangolandia: Taxco de Alarcón, Guerrero
Dejo atrás el Monumento al Caminero y la carretera se abre ante mí, imponente y acogedora a la vez. Huyo del valle hacia el sur y pronto me encuentro ascendiendo por la cordillera del Ajusco hacia Tres Marías.
Uriel Luviano/ A los Cuatro Vientos
Después de media hora de camino veo los letreros que anuncian el tianguis de alimentos de Tres Marías y me detengo a disfrutar de unas deliciosas quesadillas, icónicas de este pueblo carretero que ha crecido vertiginosamente en los últimos años.
Terminado el desayuno tardío, continúo mi camino hacia Taxco, el destino de esta excursión. Después de una media hora más de autopista paso por Cuernavaca, y el clima ya es radicalmente distinto. Disfrutando la tibieza de la ciudad de la eterna primavera, me siento Humboldt en su tour científico por el país.
Me alejo de Cuernavaca y tomo la carretera a mi destino, preparándome para el laberinto de curvas que se acercan. Curva tras curva, los cerros se van volviendo más pronunciados, hasta que, después de un poco más de una hora, rodeo un cerro y me topo con un mosaico de casas blancas y tejados color ladrillo que se encaraman en las laderas.
Mis ojos se abren al máximo para tratar de capturar toda la belleza de Taxco de Alarcón bajo el sol de medio día.
Entro a sus callejuelas empedradas, angostas y empinadas y empiezo mi aventura.
Mi primer parada es la Plaza de Borda, donde admiro la imponente pendiente del cerro que se alza al oeste, coronado por el Cristo Taxqueño. Del otro lado del Zócalo de Taxco se encuentra la parroquia de Santa Prisca, imponente templo epítome del barroco churriguresco. Me maravillo ante sus hermosas cúpulas, relucientes como joyas, y sus densamente adornados altares. Después de deambular por su interior, salgo decidido a curiosear las artesanías de plata, marca característica de este lugar.
Nado en un mar de aretes, collares, cucharas, pulseras, estatuillas, estatuotas y demás objetos de este preciado metal. Algunos son de alpaca plateada con métodos electroquímicos, pero otros son completamente auténticos. Algunos son funcionales, como juegos de té y botaneros; otros, ornamentales, pero hay entre este universo argento verdaderas obras de arte con incrustaciones de jade, obsidiana y demás piedras semipreciosas.
Sigo deambulando por las hermosas calles de Taxco y doy con el museo Casa Humboldt, donde me entretengo un rato con sus detalladas exposiciones sobre el arte virreinal y la vida de los fundadores de la ciudad. Cierro mi recorrido con una deliciosa nieve de mamey a la sombra de los frondosos ficus que adornan la plaza de Borda.
Las horas vuelan y, antes de que me dé cuenta, es hora de regresar al valle. Así que tomo mi camino de regreso y al doblar el último recodo, el mar de casas blancas y tejados rojos se oculta tras un cerro y me despido de la ciudad luz, el lugar donde se juega pelota.
*Uriel Adrián Luviano Valenzuela. Estudiante de Física en la UNAM; Director de Difusión e Imagen en Revista Pluma Joven y Presidente del Consejo Consultivo en Pluma Joven A.C. ( Fotos de Uriel Luviano)