Crónica de un ensenadense en Chilangolandia: Luis Eduardo Aute en el zócalo de Puebla
Salgo de la tapo en un flamante autobús. Todo parece ir bien. Es más, creo que la calzada Ignacio Zaragoza está despeja… no, está bastante tapada; en el cruce de cada avenida importante hay un nudo de camiones y carros que intentan pasar antes de los demás.
Uriel Luviano/ A los Cuatro Vientos
Lento, pero seguro, seguimos avanzando, y sin mayores contratiempos cruzamos el periférico, pero me siento todo excepto fuera de la ciudad; todavía nos esperan unos cuantos kilómetros de casas, pero ya con el tráfico un poco más fluido.
A pesar de que la carretera está bajo mantenimiento y se hacen unos cuellos de botella impresionantes, logro llegar poco después de las seis de la tarde y tomo un taxi al centro, ansioso de llegar al Zócalo, donde veré a Luis Eduardo Aute en vivo y en directo.
Por fin llego a mi destino final y encuentro a Michelle Solano en el escenario, con una voz cascada por una gripa que, nos cuenta, acaba de agarrar. Oigo las últimas tres canciones de su show y sube Jaime Flores, ex integrante de Tres de Copas, para abrir el espectáculo a Aute. Con su voz de timbres baritonales y su habilidosa guitarra hace la espera un poco más amena.
Y por fin, se apagan las luces y en la pantalla se empieza a proyectar “El niño y el basilisco”, cortometraje de animación basado en dibujos del cantautor. Aunque algunos asistentes, tal vez demasiado impacientes, chiflaron durante casi toda la proyección, pudimos disfrutar de esta bella obra de arte, que ayuda a contextualizar las canciones de su nuevo álbum, “El niño que miraba el mar.”
Cierra el cortometraje con la canción que le da nombre al disco y sale Aute y el grupo de talentosos músicos que lo acompañan. Se alistan en sus puestos mientras el público los aclama. Echo un vistazo al resto del zócalo y me doy cuenta de que todos los andadores y jardineras están llenas, reuniendo más de 5,000 personas en esta agradable velada.
Y empieza el concierto, la gente aplaude paróxicamente entre cada canción, algunas de su más reciente producción, otras clásicas, canciones con profundos significados para todos, pues esa es una particularidad de Aute: tocar con sus temas fibras sensibles y muchas veces ocultas en los corazones de sus fans.
Con más de dos horas y media, el cantautor español comienza a despedirse, y nos deleita con un encore de más de media hora, entre las cuáles no podían faltar “Sin tu latido” (“Ay, amor mío, qué terriblemente absurdo es estar vivo sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido.”) y “No te desnudes todavía”. Para cerrar, como es costumbre, con una interpretación a capella de “Al alba”, en la cual los miles de almas ahí reunidas coreamos con emoción, erizando la piel de los presentes.
Termina el concierto y me alejo del zócalo, con el alma satisfecha y una sonrisa de oreja a oreja.
Al día siguiente no tengo tiempo de mucho, más que de pasear un rato por las hermosas y cuadriculadas calles del centro y subir a los fuertes para ver un rato la feria del Cinco de Mayo. Después de disfrutar de la hermosa vista y caminar por los andadores de este hermoso centro cívico y cultural, me dirijo a la CAPU, no sin antes pasar por unos envueltitos de mole poblano.
Con mi deliciosa comida en el estómago y el corazón rebosante de alegría me subo al camión que me ha de llevar de regreso al otro lado de los volcanes. Cansado por la desvelada, me duermo en cuestión de minutos y despierto sólo ocasionalmente para admirar los hermosos bosques de coníferas y la imponente mancha urbana que se extiende en cuanto terminan estos.
Llego por fin a la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente. Tomo mi mochila y camino al metro, contento de haber sobrevivido a una peripecia fuera del valle más.
felicidades a pluma joven, por cultivar cultura en Ensenada.