Consensos democráticos
Más allá de las siglas y de las pertenencias políticas, se está formando en México un movimiento ciudadano que desea impulsar la renovación ética e institucional del país, para desarrollar un consociativismo democrático para la inclusión política. Esta forma de gobierno se caracteriza por la existencia de un poder compartido que asegura a las élites una adecuada representación en la toma de decisiones.
Isidro H. Cisneros/ A los Cuatro Vientos
El modelo consociativo es típico de las sociedades complejas y no homogéneas, y representa una respuesta del sistema democrático al desarrollo político en países tan distintos como la India, Bélgica, Finlandia, Ecuador o Bolivia, en donde se lleva a cabo una reconciliación del mosaico pluricultural y de la fragmentación política.
Los regímenes consociativos garantizan que la diversidad sea representada democráticamente en sus respectivos sistemas políticos. Los partidos como proyección representativa de la sociedad civil deben tomar nota de este fenómeno y ponerse en sintonía con los tiempos actuales. En nuestro país hemos establecido un conjunto de reglas políticas equitativas, mecanismos de transparencia, instituciones y gobernantes democráticos, así como elecciones competitivas y pluralistas que han llegado para quedarse. Pero aún existen pendientes: equidad de género, ampliación de las libertades civiles y establecimiento de mecanismos de democracia directa. Nuestro desarrollo político requiere consolidarse sobre la base amplios consensos democráticos.
Los acuerdos para la gobernabilidad son característicos de los procesos de cambio político y representan paquetes de medidas que se establecen para redefinir las reglas del ejercicio del poder. Históricamente, han sido los principales mecanismos para la transformación continua del régimen. Los pactos constituyen una respuesta al incremento de la participación política, que en el caso de las elecciones presidenciales mexicanas, aumentó entre 2006-2012, según informa el IFE, de 58.5% a 63.8%. Este incremento de la participación, sin duda, ha fortalecido a nuestro sistema político pero, al mismo tiempo, ha creado una situación política caracterizada por una sociedad civil crecientemente demandante y exigente en todo el país. El ejercicio de la ciudadanía hace necesario reforzar y ampliar los acuerdos políticos para la convivencia democrática.
La idea de que el pacto representa un elemento constitutivo de la política se remonta a los pensadores clásicos desde Thomas Hobbes a Emmanuel Kant. Es decir, a la concepción que ve en el Estado el producto de un pacto político entre los individuos que lo integran y que lo han instituido para hacer posible una convivencia estable y pacífica. Cuando se habla de “pacto” la referencia es a una forma de relación política en la cual los protagonistas son, además del Estado, los partidos políticos y las organizaciones civiles. El pacto para la democracia que México está construyendo representa una respuesta a la creciente participación política de los últimos tiempos. Dicha participación ha creado un espacio público en el que se articulan intereses e ideales colectivos que se mantuvieron durante largo tiempo suspendidos por un conformismo atomizado y generalizado. Pero para influir verdaderamente en la democratización de México, tal incremento de la participación debe tener un sentido organizativo a través de pactos políticos y acuerdos sociales.
La necesidad del pacto nace de la convicción de que no es posible una transformación democrática de la política mediante una ruptura abierta de la legalidad y de la institucionalidad. La originalidad de la transición española radicó en la predisposición de los diferentes actores políticos para el establecimiento de un acuerdo nacional para la democracia. Los denominados “Pactos de la Moncloa” representaron un entendimiento político, económico y social de amplias dimensiones para enfrentar la doble incertidumbre de la crisis económica y del cambio político. Lo mismo ocurrió en Chile como un esfuerzo social y político para cancelar la dictadura. Cuando los pactos tienen éxito dan lugar a un cambio en el régimen que se lleva a cabo sin rupturas institucionales y sin un desplazamiento de los actores tradicionales.
El Pacto por México se orienta a compartir proporcionalmente la distribución de beneficios y riesgos en la toma de decisiones social y políticamente significativas. Esta iniciativa debe dar vida a una coalición de gobierno, en la que todos los partidos que concurren al acuerdo compartan simultáneamente el poder decisional sobre la base de una “rotación por turnos”, evitando el predominio de un grupo sobre el otro. En este sentido, cualquier acuerdo político debe establecer garantías mutuas en relación con los intereses de quienes lo suscriben. Por lo tanto, el pacto político es también un pacto civil en donde cada uno da su palabra y se compromete a respetar los acuerdos. Los pactos pueden representar soluciones temporales mientras se logra allanar el camino para otros acuerdos de carácter permanente, con el único objetivo de engrandecer nuestro camino a la democracia. Solo de esta manera, el Pacto por México continuará dando frutos. Los partidos que lo integran deben anteponer los intereses nacionales a su lógica particular, y hacer caso omiso de las voces que quisieran ver un México polarizado e ingobernable.