CLANDESTINO: Ver la vida desde la ventana
Este asalto que nos tomó casi desprevenidos por el virus SARS-CoV-2, nos ha enseñado, desde hace semanas, lo que significa mirar la vida transcurrir desde la ventana. El encierro personalizó el espacio público y redujo nuestra vida ciudadana a ver la tele y a las redes sociales. Fracasamos como sociedad. Nos creíamos tan poderosos y un virus nos desbarató. Estamos encerrados, muertos de miedo, vivos de miedo, sin más recursos que dejar de hacer lo que regularmente hacemos, de ser lo que somos y esperar que la desgracia no nos vaya a tocar.
Álvaro de Lachica y Bonilla/ 4 Vientos
El planeta de pronto se convirtió en una peculiar sala de espera, donde todos estamos separados pero interconectados, escuchando y compartiendo supuestos datos científicos, análisis, opiniones, testimonios, rumores y especulaciones de todo tipo. Ante la crisis, funcionó la lógica del naufragio: no se sale de una emergencia con marchas ni “plantones” sino con disposiciones. Les cedimos el poder a nuestras autoridades de Salud y nos encerramos en casa para solo mirar las pantallas. Pasamos a ser fundamentalmente receptores solitarios de distintos contenidos, mientras la calle se quedaba sin voz.
Nos cuesta mucho entender y asumir que somos una especie débil, sometida a las imprevisibles variables de la naturaleza. Ningún avance médico jamás logrará ser suficiente. Las enfermedades son un enigma con el que quizás nunca aprendamos a vivir. Lo peor, sin duda, ocurre cuando este enigma se desborda, cuando deja de ser un asunto personal, cuando se contagia con la velocidad de la histeria. Esta pandemia del coronavirus nos devuelve a una de las definiciones de nuestra identidad que, con frecuencia, olvidamos y esquivamos: la fragilidad. Somos una especie vulnerable, cuyo futuro no es sólido, no estamos necesariamente seguros.
Y este aislamiento nos convierte a todos en una especie rara, pre-enfermos, casi-enfermos, enfermos-to-be. Que no tenemos nada malo o anómalo en nuestro cuerpo pero debemos quedarnos encerrados esperando con miedo el momento en que quizá tosamos, nos sintamos febriles, esas señales que dirían, si aparecen, que todo se derrumba.
Esta invasión del COVID-19 mucho nos está enseñando: entre más se incremente la separación entre los seres humanos y más aumente la ceguera de nuestra especie, peor será el futuro. Ni el final del compromiso, ni la endeble solidaridad, ni la falta de aceptación del otro tienen que ver con la génesis del virus ni con sus destrozos, pero sí con nuestras conductas. Las tragedias, como la que ahora vivimos, exponen la salud de las personas, de las sociedades y del mundo. De ahí la importancia de la pandemia actual. Faltan muchos elementos para concluir lo que sucederá cuando termine la pandemia. Los pronósticos no son halagüeños.
Cada día se nos ofrece una cantidad inmensa de informaciones: reales, falsas, inequívocas, manipuladas, coherentes, contradictorias, abstractas o muy concretas, científicas o esotéricas. Desde la supuesta presencia de ovnis, hasta la invitación de Donald Trump a inyectarnos Lysol, pasando por diferentes noticias, declaraciones sorprendentes, testimonios dramáticos, informes y contra-informes de expertos sobre el éxito o el fracaso, la promesa o la imposibilidad de hallar una posible vacuna contra el coronavirus. Somos un silencio enfrentado a un exceso de palabras. Los incipientes planes de regreso a la normalidad abren también la posibilidad de retomar nuestro lenguaje común, de reactivar los espacios públicos y comenzar a evaluar de otra manera todo lo que nos ha pasado.
Da la impresión, que después de esta epidemia, viviremos asustados demasiado tiempo: socialmente distanciados, encerrados, teletrabajando, telerreuniéndonos, teleconociendo a gentes diversas, administrando nuestras vidas por ese miedo.
Ahora creemos en el miedo, sobre todo: es el principio ordenador. Y tratamos de pensar el futuro miedoso y hablamos de las consecuencias en los grandes rasgos y no pensamos o intentamos no pensar, que vamos a tener vidas muy distintas: la “nueva normalidad”, como empezamos a llamarla. El miedo se ha instalado como un reflejo fuerte. Mucho de lo que pase de ahora, dependerá de que sepamos olvidarlo. Olvidar el miedo a los demás,…los demás miedos.