CLANDESTINO: Conmemoración del 68… A 52 años
¿Cómo conmemorar el 2 de octubre, a 52 años de los hechos? Ha pasado mucho tiempo, pero pareciera que la historia no cambia. Hemos visto en más de una ocasión a los estudiantes en las calles exigiendo lo mismo: la democratización del país, exigiendo libertad, exigiendo justicia..

Imagen: Ríodoce
Álvaro de Lachica y Bonilla/ 4 Vientos
Ya sea que hayamos estado presentes o ausentes en los acontecimientos de 1968, nuestros pensamientos acerca de aquel año se basan tan sólo en una parte de lo acontecido: en aquella de la que estamos enterados, en la que alcanzamos a recordar, en la que nos tocó vivir o en la que nos contaron o sobre la que pudimos leer o estudiar.
A 52 años de estos sucesos, obligo a mi memoria, rasco en el baúl de los recuerdos, intento explicaciones y definiciones, en fin… exorcizo a mis fantasmas. A lo lejos, veo todavía varias figuras, como la del Che Guevara, que ahora es hasta marca registrada. ¿Cuántos años debo tener para ser veterano del “2 de Octubre No se Olvida”? Más de 70 y tengo que aceptar que formo parte de una generación desgastada por el paso del tiempo.
A 52 años del movimiento, el “2 de octubre no se olvida”, sigue presente en la memoria colectiva, pero sobre todo en la de los que fuimos protagonistas, quienes recordamos las descargas de adrenalina que nos producían realizar pintas nocturnas o el terror que sentimos al correr tras de nosotros soldados con bayoneta calada, ó cuando las balas silbaban sobre nuestras cabezas en Tlatelolco.
“Un instante que pasa, imágenes que caen desde el silencio, voy corriendo, me escapo de las balas que cruzan la explanada de Tlatelolco, los soldados empujan, los jóvenes suben a los camiones del Ejército, la sangre mancha el piso, en la velocidad de la carrera salvamos el pellejo”
El 68 me marcó para siempre. No vi, o no quise ver en él, un movimiento revolucionario sino una rebelión libertaria. Un rechazo radical a un gobierno y un régimen despótico, petrificado, creyente de su propia propaganda y su verdad única.
Sí, han pasado 52 años y como si lo trajéramos tatuado debajo de la piel el “NO SE OLVIDA”. Y este “No se olvida” es patrimonio nacional. No lo olvida el medio millón de estudiantes que lo vivimos, pero tampoco lo olvidan mis hijas que llegaron a la vida a muchos años de que el movimiento estudiantil se hubiera extinguido. Y generosamente no lo olvidan muchos jóvenes que se aventuran cada año a realizar una marcha en estos días en muchas ciudades del país.

Imagen: Tamaulipas en la Red
Tlatelolco es un sitio emblemático para las memorias en México, un referente histórico, “no como descripción fiel de un hecho histórico o una verdad cultural… sino, como construcción imaginaria que sirve para crear lazos entre pasado y presente, donde se están revisando, revelando y conectando entre sí –o incluso borrando—las huellas y marcas del pasado desde los intereses del presente”.
“El 2 de octubre no se olvida”, reza la máxima, ya clásica, que recuerda el día en que cientos de jóvenes, nunca se sabrá cuántos, fueron abruptamente despojados de la vida y de los sueños que hacen a una generación. Año con año, cincuenta y dos ya, la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco cierra el ciclo en el que un movimiento social de clase media nos atrevimos a desafiar al sistema político autoritario que comenzaba su transformación hacia una liberalización forzada y recordamos, de manera reiterada, la existencia de un modus operandi que se niega a morir.
La memoria de esa misma matanza, abrió en términos reales y simbólicos, la persistente exigencia de justicia que no se agota en la conmemoración de un cincuenta y dos aniversario, sino que se extiende a lo largo del tiempo en una suma de agravios, tan viejos y nuevos como el 68: Acteal, Atenco, Ayotzinapa, Tlatlaya…
Para quien no conoce el lugar, la Plaza de las Tres Culturas, está enmarcado por unas ruinas arqueológicas del pasado pre-colonial, marcado con una placa en la que se lee:
“El 13 de Agosto de 1521 heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlateloco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento de pueblo mestizo que es el México de hoy”
Además de esta placa, existe una Estela (1993) alusiva a los sangrientos hechos de ese 2 de octubre y que al final de una lista de nombres de los fallecidos, existe un fragmento de un verso alusivo de Rosario Castellanos que dice:

Imagen: Todos somos uno
¿Quién? ¿Quiénes?: Nadie, al día siguiente: nadie;
La Plaza amaneció barrida;
los periódicos dieron como noticia principal,
el estado del tiempo
Y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio en el programa,
ningún anuncio intercalado,
ni un minuto de silencio en el banquete.
En la misma plaza está la iglesia de Santiago Apóstol, que data del siglo XVI y remite a un pasado de dominación y “esplendor” (iglesia que sufrió daños importantes en el terremoto de septiembre de 2017), y rodea la plaza, un complejo habitacional y de edificios públicos construido un par de años antes, a comienzos de la década de los sesenta, para ser el símbolo y la marca de un México moderno, pujante, orientado al futuro.
Ese era el sitio de la concentración estudiantil. Y ese fue el lugar de la masacre, con un número nunca definido de muertos, cientos de heridos y más de mil detenidos. Plaza que fue barrida y limpiada al día siguiente, para preparar a la ciudad para la inauguración de los Juegos Olímpicos unos pocos días después, bajo el ahora irónico nombre “Olimpiada de la Paz”.
La memoria colectiva mantiene vivo aquello que recuerda y no sólo su recuerdo. No se trata sólo de que el movimiento del 68 no se olvide, sino de que no termine, que siga adelante, lo cual, por lo demás, es también lo que ocurre cuando los estudiantes salen cada año, a las calles a corear, cada año: “¡2 de octubre no se olvida!”. Los estudiantes que éramos en aquel entonces, no olvidamos el 2 de octubre, porque seguimos luchando desde diferentes trincheras, por lo mismo que se luchaba ese 2 de octubre. Y seguimos luchando por lo mismo porque no se ha conseguido.
La tragedia de Tlatelolco ronda en la memoria después de más de medio siglo. En la niebla del fin y el inicio de profundos cambios culturales y políticos, queda ese año que hoy recordamos. Hay cambios muy visibles en el país, pero, de forma paradójica, también hay inercias que se repiten.
La organización social se ha multiplicado y pasamos de una estructuración corporativa a un clientelismo generalizado. Sin embargo, este tránsito ha tenido enormes fracasos: el sistema partidista se convirtió en una partidocracia. La representación popular en el Congreso de la Unión sufrió un enorme vaciamiento. El reparto de recursos federal ha conducido –en muchas ocasiones– a una enorme corrupción y a una ausencia de contrapesos. El modelo económico ha producido una sociedad polarizada con una pobreza sistemática y una enorme desigualdad que no se han modificado en los últimos 20 años.

Enfermos de odio, soldados se solazan de sus actos brutales contra un estudiante al que someten en el movimiento estudiantil del 68. Hasta hoy el ejército mexicano no ha pedido disculpas al pueblo de México por su arbitraria actuación en esos históricos acontecimientos (Foto: Verne / El País)
Por décadas, se pensó que el fantasma del 68 rondaba la mente de los presidentes de la República de manera que éstos no se atrevían a reprimir a ningún grupo social en la magnitud que se hizo con los estudiantes en 1968. Sin embargo, a la luz de los últimos sexenios es posible afirmar que dicho temor se ha disipado o, por mejor decir, que nunca ha cesado la tentación autoritaria, sino que ha moderado su intensidad, teniendo puntos altos que han mostrado de nuevo en su plenitud el rostro autoritario de un régimen que poco a poco se hunde, pero que aún tiene la fuerza suficiente para someter a grupos específicos de la sociedad civil.
El ‘¡ya basta!’ que la ciudadanía expresó en las urnas hace un par de años, apunta a la modificación urgente de un modus operandi que agotó su última justificación y que no puede seguir operando en una sociedad que se pretende democrática.
A medio siglo de los trágicos eventos acontecidos en la Plaza de las Tres Culturas, cabe detenernos un momento para reflexionar sobre el papel del Estado mexicano con relación a la verdad histórica de aquella funesta noche. ¿Fue develada debidamente la verdad de los acontecimientos? ¿Fueron los actores intelectuales y perpetradores llevados ante la justicia? ¿Cuál fue la consecuencia de las soslayadas omisiones en nuestra actual realidad nacional?
Las respuestas están al alcance de la mano. Y es que con indagar superficialmente en lo relativo al seguimiento ministerial y judicial de los acontecimientos del 68, nos encontramos no solamente con omisiones relativas a la investigación de los hechos, sino con pactos políticos, abstenciones de difundir los informes formulados, y una evasión de los ocho titulares del Ejecutivo federal postreros en rendir una indispensable disculpa pública.
Los años pasan y los estudiantes siguen saliendo a la calle, puntualmente, cada 2 de octubre, demostrándonos una y otra vez, cada año, que el 2 de octubre no se olvida, que su recuerdo insiste y resiste, que la memoria colectiva persiste y consigue atravesar las generaciones. Tenemos, pues, una perseverancia trans-generacional del 68 mexicano. Esta perseverancia es una forma simbólica de subsistencia del estudiantado que nos movilizamos en 1968 y que fue atacado en Tlatelolco.
No es el deseo de venganza lo que nos mueve. Ni quienes vivimos y sufrimos aquella tarde terrible. Es el anhelo de justicia lo que nos impulsa, es la idea permanente en nuestras almas de que ¡nunca más haya un 2 de octubre, ni cárceles clandestinas, ni torturados, ni miles de desaparecidos.
Queremos que la justicia vuelva su rostro hacia nosotros, que se arranque la venda de los ojos y contemple todo el mal que nos han hecho y los años de su ausencia transcurridos. Actualmente, las protestas y las consignas no son tan distintas, seguimos luchando por las mismas cosas porque, tal vez, nos siguen gobernando las mismos manos culpables del 68, del 71, de Acteal, de Atenco, de Tlatlaya, de la guardería ABC, de Ayotzinapa… Y la verdad es que seguimos luchando por las mismas cosas …¿Cómo nos podríamos olvidar?