APARADOR: La posibilidad de pensar en Dioses
Me atrevo a decir que la posibilidad de pensar a Dios (o dioses) ha existido desde que existe la cultura. El fenómeno de lo divino es inherente al ser humano, se da en todas las personas y en todas partes del mundo; incluso los que se hacen decir ateos o agnósticos, que son quienes manifiestan una negación o imposibilidad con Dios, mantienen en esa intención de alejamiento una especie de relación supresora con el fenómeno de la divinidad.
José Alfonso Jiménez / A los 4 Vientos
Para hablar de Dios se tiene que definir la postura de la cual uno parte. En este momento le propongo a usted que no lo hablemos desde la fe; que, por cierto, me parece un concepto con una finalidad vacía, no porque no tenga significado, sino porque puede significarse en cualquier cosa que uno decida. Tampoco desde la ciencia, que, en su incesante intención de objetivación, suele perder la intención de explicar algo tan abarcativo como la fe, considerándose a sí misma ingenuamente aséptica. Le propongo lo hablemos desde el punto de vista escéptico. No porque me interese convencerlo de que Dios no existe; no, eso es una decisión personal; lo que me interesa es la comprensión de nuestra posibilidad de pensar a un Dios (o a varios dioses).
Desde hace más de 2,000 años, mucho antes del nacimiento de Cristo, Jenófanes de Colofón (filósofo previo a Sócrates) nos decía qué, si los animales pudieran pintar sus ideas sobre dioses, lo harían reflejándose a su semejanza. Por supuesto, él lo dijo de forma más elegante, pero la idea se centraba en la manera en que los humanos reflejan la divinidad de una forma semejante a la que les constituye. Ya en el siglo XVII Spinoza nos decía que Dios se refería a la armonía, no a una persona omnipotente interesada en nuestro destino. Posteriormente, en el Siglo XIX, Nietzsche refería a que, en nuestro orgullo, creamos a Dios a nuestra imagen y semejanza.

Estas tres miradas son bastante fuertes, pero coinciden sólidamente con posturas religiosas tradicionalistas (aparentemente contrarias) con el hecho que se sigue pensando en la divinidad, ya sea como algo creado por el humano, o bien, como la armonía de la naturaleza. Si bien estas tres ideas nos hacen preguntarnos sobre nuestro Dios, es claro que no por ello destruyen la posibilidad de creer en algo o tener fe… en lo que usted decida tenerla.
Este fenómeno místico, en el cual establecemos una relación de lo mundano con lo divino, es totalmente universal. Vemos con total naturalidad creer en que debe haber algo más que lo inmediato. Algo más después de la vida, o bien, en esta vida, como un karma, un destino, o bien, un ser mayor que transcienda nuestra característica terrenal y efímera, llena de errores y de imperfección. Solemos relacionar el fenómeno místico con la religión. Pero no es lo mismo. En la religión suele darse lo sagrado y lo místico, pero no es una regla que implique que solo debe darse en ella, uno puede no ser religioso y aun así experimentar lo místico.

Una perspectiva interesantísima es la de Isabel Cabrera. Esta filósofa nos refiere que lo sagrado se relaciona con la manera en que vemos la trascendencia. Vaya, el misticismo implica la creencia en una forma de vida que se ha hecho frente a sí misma y, como tal, le permite un crecimiento trascendente de sí mismo. En el misticismo buscamos la posibilidad de superarnos, de preguntarnos si existe algo más que este ser humano que tiene un cuerpo decadente, que daña a los demás, que odia, que falla, que llora, que teme. Así, pensar a un Dios se relaciona con la idea de superar nuestra humanidad.
Esa última frase se dice fácil, hasta parece trillada, pero no es así. Véase a usted mismo, ¿alguna vez se ha preguntado si existe algo que sane nuestra condición errática? ¿Habrá algo en el mundo que nos permita separarnos de nuestra idiotez como especie que nos lleva a matar, a contaminar, a envidiar y a lastimar? Yo veo a muchas personas rezando, orando, pidiéndole a Dios, haciendo misas, pero a muy pocas pensando en cómo traspasar sus límites de acción cotidiano.
Tal vez no se trate de ver hacia arriba, sino hacia adentro. El fenómeno de misticismo me parece maravilloso, significa que aún hay oportunidad de ser mejor de lo mundanos y erráticos que somos. Por mi parte, creo que tal vez sea mejor dejar de rezar y creer en una persona que no responde las plegarias y mejor dejar de ofender, de envidiar, de atacar, con el fin de alcanzar un posible ideal de humanidad. Tal vez la búsqueda de trascendencia que caracteriza a la experiencia mística es bien terrenal.
