APARADOR: Cuarentena para una humanidad enferma
Es un hecho que el periodo de cuarentena está haciendo que el plantea se desintoxique de nosotros, y vemos como incluso en cuestión de días retoma equilibrios que parecían perdidos. Durante la cuarentena, ¿por qué no encargarnos de velar por nuestra propia desintoxicación?
José Alfonso Jiménez Moreno / A los 4 Vientos
El mundo está enfermo. Lo ha estado incluso previo a la pandemia del COVID-19; ahora, como humanidad estamos sufriendo las consecuencias de nuestras propias reglas y sistemas.
En lo que va de este 2020, el COVID-19, un enemigo común y extraño invisible, pone a temblar las reglas humanas que –como ya afirmaba Nietzsche– pretenciosamente asumíamos que eran reglas universales. De repente nos damos cuenta que nuestro complejo sistema económico, la sofisticada ciencia y la esperanzadora religión nos sirven para poco frente a un estornudo de la naturaleza. Incluso nuestro calendario fue víctima de la arrogancia humana, y ahora vemos que todo se derrumba del pedestal egocéntrico que construimos.

Todo el planeta está en cuarentena, cosa nunca antes vista en la historia (de hecho, la historia también es creación nuestra). En esta cuarentena empiezan a notarse las enfermedades del mundo. No solo deja al descubierto la fragilidad de nuestra idea de dominio sobre la naturaleza y lo artificiales que son nuestras reglas y sistemas, sino que se evidencian el exceso de positividad y productividad en el que vivíamos.
Uno de los mayores problemas de la sociedad actual –al menos antes del COVID-19– es que nos desenvolvemos en un mundo excesivamente enfocado en la productividad, eficiencia, en el logro y éxito (por supuesto, derivado de la hegemónica lógica capitalista y de mercado). Este tipo de dinámicas genera enfermedades que nuestro propio organismo desarrolla (como infartos, hipertensión y estrés excesivo, por ejemplo). Ahora, el COVID-19, un enemigo ajeno a nuestra artificiosa forma de vida, nos orilla al confinamiento, y en desesperado deseo de positividad, las personas recomiendan “aprovechar” el tiempo de cuarentena para producir, aprender, leer, hacer ejercicio y seguir trabajando, todo en aras que nuestros sistemas educativos y laborales no sucumban frente al inevitable derrumbamiento.

Sin embargo, tendría que ser al revés. El confinamiento debiera servir para mejorar nuestra condición enferma, así como lo hace una fiebre frente a un virus o bacteria. Es un hecho que el periodo de cuarentena está haciendo que el plantea se desintoxique de nosotros, y vemos como incluso en cuestión de días retoma equilibrios que parecían perdidos. Durante la cuarentena, ¿por qué no encargarnos de velar por nuestra propia desintoxicación?
Si usted se siente desesperada(o), triste, enojada(o), aburrida(o), no lo desestime, no se fugue en Facebook o en su vía de escape preferida, esas emociones son síntoma de desintoxicación. En la sociedad actual devaluamos mucho el valor de lo que solemos interpretar como negativo (o poco placentero o favorable), resaltando la idea que solo lo positivo es valioso y debe alabarse por sobre todas las cosas. Sin embargo, la desaceleración conlleva como consecuencia emociones poco placenteras.
Es justo ahora el tiempo de frenar, y lo hacemos abruptamente a través de una cuarentena global que nos vemos obligados a tomar. La desaceleración y suspensión de nuestras rutinas y cotidianidades, hacen que recordemos el valor de la calma y de esa vida que ignoramos en medio del ruido de las ocupaciones.
Ahora, la enfermedad humana no es solo de nuestros sistemas sociales y económicos (de hecho, los sistemas que creamos son un reflejo de lo que somos como humanidad). Somos los causantes y al mismo tiempo víctimas de la pobreza. Casi la mitad de la población vive con menos de cinco dólares al día, –según datos del Banco Mundial–. Violentamos al prójimo –ya sea porque es de un género distinto al de nosotros, por pertenecer a otro grupo social o cualquier excusa que se nos ocurra–; somos corruptos –buscando bienestar individual a costa del común–; reproducimos injusticia e inequidad –acaparando bienes y eliminamos oportunidades a los demás–, solo por mencionar algunos síntomas de las enfermedades que hemos generado y mantenido.

Frente a un mundo enfermo, esta pandemia es una excelente oportunidad de replantearnos sistemas de relaciones, sociales y económicos. Queda claro ya que nuestros sistemas, reglas y calendarios no son universales, por lo que pueden ser moldeables –como todo lo humano–. Siendo así, desintoxiquémonos de lo que hemos sido, reflexionemos y dejemos morir aquellas formas que nos hacen daño y que lastiman a los demás y a la naturaleza. El encierro puede ser una excelente manera de replantearnos lo que somos, lo que queremos ser, cómo nos relacionamos, la forma en que vivimos, las reglas económicas y el tipo de sociedad que podemos establecer después que podamos superar esta crisis.
