Acapulco Shore. Trivialidad y violencia simbólica
De lo efímero y trivial convertido en la marca de nuestros tiempos dan cuenta casos como el del perrito perdido de Interjet, la “Lady Wuu” o los quince años de Rubí. Pero esta especie de era del vacío no se limita sólo a las chapucerías viralizadas de las redes sociales, sino pervive también en otras instancias de existencia previa tal como ya desde hace un par de décadas lo había planteado Sartori en el caso de la televisión como una suerte de caja idiota. Lo que se corrobora es, en efecto, que los medios de comunicación masivos amplían con mucho su radio de implicaciones.
Alfredo García Galindo* / A los 4 Vientos
Me salta a la mente el caso –sólo por señalar alguno- del programa “Acapulco Shore”. Jóvenes de cuerpos radiantes cuyo papel consiste en reproducir lo más banal de la existencia cotidiana, los modelos de lo visual más difundidos y los comportamientos más caracterizados por diversos niveles de violencia.
El derecho que todos como seres humanos tenemos a darnos momentos de divertimento, de disfrute del sexo y hasta de superficialidad conscientemente asumida como tal, en “Acapulco Shore” se convierte en una instancia de engrandecimiento de la estupidez bien pagada.
Como en casi todos los excesos, el problema no es que existan programas semejantes sino que sean expresión y referencia del espíritu de nuestros tiempos.
No habría problema en que estos chicos se hagan ricos con este peculiar género histriónico, lo paradójico es que mientras ellos se convierten cada vez más en modelos a imitar para las nuevas generaciones, ello ocurre en un mundo en el que aumenta el déficit de convivencias más armónicas y de cuño humanista.
Si vamos a coincidir en que se trata de una debacle de los valores, no debemos decirlo desde el plano de lo que es obvio; también podemos confirmarlo como un fenómeno que se explica desde lo económico: las grandes industrias capitalistas no se limitan sólo a explotar lo que “la gente quiere ver” sino también igualmente se trata de la promoción de mercados aun si para ello lo que obsta es la inteligencia del espectador.
En un escenario de estas características no es extraño que Manelyk, una de las chicas de ese programa, haya sacado un disco explotando lo que la hizo destacar como uno de los miembros más dotados entre el elenco con los rasgos necesarios para cumplir con el guion: ser por completo indolente al expresar su obsesivo anhelo por el dinero, por la mordacidad y por las relaciones superficiales.
Si este caso se suma al enorme caudal de ejemplos que impulsan la sobrexitación de los goces inmediatos y cosificados, que no se nos haga extraño que ello vaya acompañado de altas cuotas de lo que Pierre Bordieu definía como violencia simbólica, es decir, de aquellas relaciones caracterizadas por una violencia no explícita ejercida por un dominador o poder sobre grupos o individuos dominados, los cuales no son capaces de percibir dicha forma de violencia o no están dispuestos a librarse de la misma, por lo cual se convierten en cómplices de su propio sometimiento.
En la reproducción de la violencia simbólica intervienen aspectos de la vida cotidiana y la cultura como la música, los roles de género, la publicidad, las tradiciones, los refranes, los chistes y las telecomunicaciones de tal manera que se fomenta el beneficio de las instancias de dominio, como es el caso de las grandes industrias de los medios de comunicación masivos.
En efecto, una programación con los rasgos arriba descritos nos habla así de un mundo subyugado por la ubicuidad de los medios masivos de comunicación en el que la sublimación del consumismo, la sexualización trivial de la vida y la grandilocuencia de novedades de muy corto aliento se han convertido en el discurso que a diario la audiencia escucha y celebra –para bien de los comercializadores de estos productos y de sus protagonistas-, pero cuyos efectos concretos de satisfacción quedan siempre reservados para unos pocos, o bien, son garantizados en cuotas muy disímbolas para los ciudadanos promedio.
Lo anterior se ejemplifica con la forma como opera la realidad cotidiana en contubernio con lo simbólico; el mundo descrito arriba de la frivolidad generalizada corresponde con aquellos jóvenes que terminan por asumir a las actividades ilegales como formas plausibles para acceder a una vida ideal sintetizada en el goce pueril de mercancías y de otros placeres, como el de ese sexo entendido como el consumo arrebatado de cuerpos cosificados.
En otras palabras, buena parte de lo que nos ponen a disposición los medios de comunicación es a un mismo tiempo producto y promoción de un mundo que industrializa lo banal y lo convierte en instancia de profundización de la violencia simbólica; esa que victimiza a individuos concretos y que está construida sobre discursos visuales y espaciales de exclusión como ocurre cuando se desplazan automóviles de súper lujo sobre la misma calle en la que cientos de personas caminan para ir a trabajar por un salario de hambre, mientras al mismo tiempo en los espectaculares de los edificios y en los aparadores se anuncian sofisticadas mercancías y viajes a Cancún, es decir, aspectos de una vida que estas mismas personas nunca podrán disfrutar.
Así es el mundo. Hecho de violencias cotidianas que se disfrazan o que se ocultan tras el velo de una libertad abstracta. Es el mundo de una hipermediatización de lo efímero como sinónimo de bienestar y felicidad. El mismo mundo que celebra la nimiedad usufructuable y la artificialidad de los actores de Acapulco Shore y de las canciones de Manelyk.
En fin. Si semejante estampa nos parece demasiado siniestra podemos entonces apostar como recurso de esperanza a lo que a su vez explicaba Michel Foucault: que toda relación en que se ejerce alguna violencia o dominio siempre supone la posibilidad de una resistencia.
Es decir, frente a la puerilidad a ultranza está nuestra capacidad de imaginar realidades alternas de mayor implicación humana.

Familia y amigos en convivio
*Alfredo García Galindo es economista, historiador y doctor en Estudios Humanísticos. Es catedrático y autor de diversos libros y artículos; ha impartido charlas, ponencias y conferencias, enfocándose en el análisis crítico de la modernidad y del capitalismo a través de una perspectiva transversal entre la filosofía, la economía, la historia y la sociología.