Sinceridad
Durante el desfile, precedido de elefantes y timbaleros, un apuesto y fornido muchachón dijo a su acompañante, una bella rubia con senos desmesurados:
Alfredo Cardona Peña/ El Cuento
—¡Te adoro… pero te advierto que no soy hombre!
—No importa —contestó la muchacha con una sonrisa—. Yo sí lo soy.
Ambos se quitaron los trajes y las máscaras, y se unieron en un apasionado beso. Luego, agarrados de la mano, se perdieron entre el bullicio del carnaval. La calle quedó desierta, y entonces los disfraces que los enamorados habían tirado, cobraron vida. El disfraz de hombre abrazó tiernamente el disfraz de mujer, y ambos sollozando, maltrechos, pisoteados, se prometieron solemnemente no dejarse alquilar jamás.